domingo, 17 de febrero de 2008

LA TOMA DE LA BASTILLA


El cielo estaba cubierto de unas nubes premonitorias que hacían del paisaje casi que un escenario de cortometraje. Un viento persistente soplaba fuertemente del oeste y al contrario de lo que se cree debido a las leyendas populares, ese día no hacía calor. Mucho mejor que eso: al medio día la temperatura era de 22 grados centígrados. Al inicio la gente, agolpada en los alrededores de la fortaleza de la Bastilla, estaba armada de pocos fusiles, de sables y de cuchillos de cocina, permaneciendo medianamente calmada hasta el arribo de gentes mejores armadas y más agresivas. La puerta levadiza carreteable estaba levantada desde la mañana, pero la pasarela para peatones se había quedado abajo por un buen tiempo. El primer ataque fue dirigido contra estos dos puentes por elementos de avanzada. Los refuerzos a este grupo de avanzada llegaban de los "invalides", del "Faubourg Saint-Antoine", unos con armas de fuego y otros, como el caso del pequeño grupo comandado por el tendero Pannetier, con hachas, picas, rastrillos, palas y bastones tomados a la fuerza desde temprano del equipo del regimiento de Nassau. Eran eufóricos y estaban enardecidos. Se oían voces de "que baje la tropa" y "queremos la Bastilla", pero estos gritos obviamente no pudieron ser entendidos por los particulares que permanecían sobre las torres a veinticinco metros de altura.
Bien pronto, dentro de la "cour des casernes", un movimiento ofensivo se trama. El grupo comandado por Pannetier observa que sería muy fácil alcanzar, encima del muro de la "contrescarpe", el camino de la ronda dando la vuelta al foso, pasando por la "cour du gouvernement". Pannetier hace de corta escalera a Tournay quien, con otros siete u ocho hombres suben por el muro, siguen el camino de ronda y descienden a la "cour du gouvernement", sin ser detenidos ni arrestados. El Marqués de Launay, “Director” de la fortaleza, después de haber conducido a Thuriot de la Rozière, quien había pasado por la pasarela momentos antes, había hecho replegar la guardia hacia el interior de los muros y había hecho recoger la pasarela para evitar, sin duda, un enfrentamiento agudo con las masas. Mientras tanto Tourney, Aubin Bonnemère y sus camaradas llegaban detrás de la puerta de avanzada. Ellos esculcan primero el cuerpo de la guardia buscando las llaves para hacer bajar el puente levadizo y abrir las puertas. Al no encontrar dichas llaves proceden a hacer saltar los pasadores de la pequeña puerta de la pasarela y después rompen, a golpes de hacha, las cadenas del puente levadizo. Al caer, este gran planchón de madera mata a un hombre que estaba al borde del foso y hiere a otro. En un instante la "cour du gouvernement" estaba invadida por trescientos insurrectos justo al frente de los "invalides" que les hacían gestos con sus sombreros para que se retiraran, ¡gestos que los invasores interpretaron como una invitación a seguir! La guarnición, obviamente, abre fuego y los invasores retroceden con pavor dejando muertos y heridos sobre el empedrado, intentando protegerse con las puertas que conducían a la "cour de l'orme" y a la calle Saint-Antoine. Esta carnicería ha hecho nacer el rumor, propagado desde ese mismo día, de que el gobernador había actuado de esa manera con dolo y alevosía al hacer entrar deliberadamente al pueblo hasta la cour du gouvernement para poder acribillarlo sin compasión, una vez alzado el puente. Al rumor se le iban aumentando términos y actuaciones hasta deformar por completo la realidad del episodio. El diario del librero Hardy acusa al gobernador de haber "hecho tirar a metralla limpia sobre el pueblo agolpado a lo largo de la calle Saint-Antoine, haciendo aparecer y desaparecer alternativamente un pañuelo blanco para hacer creer que él quería capitular", narración que es de palmo a palmo falsa por cuanto el episodio de la masacre se sucede hacia las 12:30 y el del pañuelo blanco hacia las 4:00 o 5:00.
Cuando la noticia del fusilamiento aleve del pueblo se convirtió en chisme, el Comité Permanente comisiona al presidente de la Asamblea de Electores, el señor de la Vigne, al abate Fauché y a otros dos electores para notificar al marqués de Launay el siguiente bando: "el Comité Permanente de la Milicia Parisiense, considerando que no debe haber ninguna fuerza militar que no esté bajo el mando de la Ciudad, encarga a los diputados preguntar al Marqués de Launay, comandante de La Bastilla, si está dispuesto a recibir dentro de esa plaza las tropas de la milicia parisiense que la protegerán en concierto con las tropas que allí se encuentran y que estarán bajo las órdenes de la Ciudad". La importancia de este texto es máxima por cuanto es el primero en donde el poder de hecho instalado en el ayuntamiento (Hôtel de Ville) se dirige oficialmente a los representantes de las autoridades regulares. La delegación conducida por de la Vigne, al llegar a la cour de l'Orme, constata la existencia de un fuego cruzado persistente entre los revoltosos apostados en los corredores y la guarnición disparando desde lo alto de las torres. Para intentar pasar ella agita algunos pañuelos blancos pero ni los soldados ni los ciudadanos comprendieron o sencillamente se hicieron los de la vista gorda. Luego ensayaron presentarse por delante de la fortaleza, pasando por la calle de Saint-Antoine, logrando de esa forma hacer cesar los disparos por parte de los asaltantes pero con el infortunio de no haber sido obedecidos por los soldados de la guarnición, quienes siguieron, desde lo alto, acribillando a los asaltantes, razón por la cual el fuego cruzado se reinició, esta vez con más ardentía.
Mientras tanto el Comité Permanente, que había continuado sesionando, decide, ante la demora de su delegación, enviar otra más formal encabezada por el Procurador de la ciudad, Ethis de Corny, quien iría armado de un tambor y una bandera. Esta nueva delegación estaba compuesta por Boucheron, de la Fleurie, de Milly, Piquod de Saint-Honorine y Poupart de Beaubourg. Después de hacer redoblar el tambor, Boucheron y Piquod entran en la “cour des casernes”, donde encuentran a un buen número de hombres armados de fusiles, hachas y palos, quienes consienten en cesar el enfrentamiento. Pasando el gran puente levadizo entraron en la “cour du gouvernement”. Boucheron avanza sobre el puente de piedra y frente al segundo puente levadizo él hace señas con su sombrero gritando con todas sus fuerzas que era una delegación de Diputados para que se dejara de disparar. El Marqués de Launay cree que se trata de una treta de guerra y por eso, una vez la delegación se dio vuelta para regresar por la cour de l'orme y ante la media vuelta ofensiva del pueblo, él ordena de nuevo a las tropas abrir fuego. Afortunadamente los Diputados no fueron heridos pero el conflicto se recrudeció en tal forma que las vías políticas para resolverlo se descartaron por completo. Dos destacamentos de la guardia francesa, provenientes de la compañía de granaderos de Reffuveille y de la compañía de "fusiliers de Lubersac" (3 sargentos, 2 caporales y 58 hombres) se habían puesto a disposición del Comité Permanente constituyéndose en armada de pie del ayuntamiento. Desde la una de la tarde ellos planeaban la toma de la Bastilla hasta que un burgués llamado Pierre-Auguste Hulin, director de la lavandería de la Reina, apareció ante ellos y les dijo: "mis amigos, ¿son ustedes ciudadanos? Sí, ustedes lo son! ¡Marchemos a la Bastilla pues allí están degollando los burgueses y sus camaradas!...." Estos guardias que no esperaban si no un jefe, marcharon enseguida, en compañía de algunos civiles por la ribera del Sena hacia el arsenal. Eran algo así como quinientos y algunos cañones que en el momento de la capitulación tuvieron más valor que los mismos hombres. Casi al mismo tiempo que esta columna arrancó otra de similares dimensiones desde la Alcaldía por la Rue Saint-Antoine, bajo la dirección de Jacob-Job Elie, vestidos de uniforme blanco y portando la bandera del Regimiento de la Reina. La forma absolutamente ingenua y poco profesional de disparar los cañones dio bastante de que hablar en lo sucesivo, pero poco daño hizo a los muros de diez pies de espesor de la Bastilla. Sin embargo, la terquedad de los asaltantes y su irrestricta voluntad de tomarse esa fortaleza que les simbolizaba las injusticias y desigualdades del “Ancien Régime”, los condujo a, finalmente, desplazar dos cañones frente al puente levadizo y al puente pequeño. Después de disparar algo así como 12 proyectiles (más o menos seis cada uno, según J.-B Humbert) que no le hicieron daño a ninguna persona, el Marqués de Launay pareció haber "perdido la cabeza" y, sin "consultar a nadie de su Estado Mayor o de la guarnición y sin oír la opinión de nadie, hizo redoblar los tambores en señal de rendición". En ese momento se hizo cesar el fuego y el Lugarteniente De Flue fue a buscar al Marqués, encontrándolo en el plan de redactar un papel en el que se expresaba que los guardianes de la fortaleza tenían al rededor de 200 quintales de pólvora y que si no se aceptaba la capitulación el Marqués haría volar en mil pedazos no solo la Bastilla si no ¡todo el barrio! Pero los asaltantes no querían oír de capitulaciones. El grito general era: "deben abrir las puertas y bajar el puente". En realidad el Marqués, antes de redactar el mensaje de rendición ya había ensayado hacer volar la fortaleza con la mala fortuna de haberse visto forzado a apartarse de la pólvora por los soldados Ferrand y Becart. De pronto, cinco guardias se deciden a abrir las puertas y bajar el puente. En cuestión de segundos Elie, Hulin, Arné, Maillard, Tournay, Cholat, los dos hermanos Morin, Humbert y el resto de la muchedumbre entra a la fortaleza y desarma a sus defensores con la furia de siglos de represión a sus espaldas. La vieja fortaleza que había sido tomada en 1413 por los Armagnacs, en 1418 por los Bourguignons, en 1436 por el Rey, en 1565 por el Príncipe de Condé, en 1591 por los Ligueurs, en 1594 por las tropas reales y en 1649 y 1652 durante el levantamiento de la Fronde; capitulaba por última vez después de un sitio que no se pareció en nada a la batalla de gigantes cantada por Michelet y Carlyle.
El balance no es tan brutal dada la magnitud del acontecimiento que hoy por hoy es símbolo de la Revolución francesa: del lado de los defensores de la Bastilla no hubo si no un muerto y dos o tres heridos hasta el momento de la apertura de las puertas. Del lado de los asaltantes hay varias versiones. La primera es la de Dusaulx que constata "98 muertos, 60 heridos y 13 estropeados". El libro "la historia de la Revolución por dos amigos de la Libertad" cuenta que la toma de la Bastilla "costó la vida a cerca de 40 asaltantes". La verdad sobre las víctimas de la toma no la sabremos jamás. Bástenos con saber que por los indicios existentes todos los listados existentes adolecen de exageración. De todas maneras el acontecimiento fue tal que marcó la historia de la humanidad y el advenimiento de la "eternidad Burguesa".
Mientras tanto, para el Rey Luis XVI la jornada del 14 de julio de 1789 no significó mayor cosa. En la página respectiva de su diario personal, aparece de su puño y letra sólo una palabra: "Rien" ("Nada").
Copyright © 1997